Admiradora de María Callas, esta soprano lírica argentina, que interpretará el rol de Elvira en la versión estelar del principal escenario capitalino, plantea en esta entrevista su intención de cautivar al público, «que la gente se emocione, que disfrute de la ópera, como si se tratase de una película». Afincada en Europa desde hace una década, la cantante confía en la fuerza de su interpretación, de su miradas, de sus gestos, de sus movimientos de modo que puedan verse «desde la última butaca».
Encantadora y sin aires de diva, nos recibió Natalia Lemercier Miretti (40 años, Rafaela, Provincia trasandina de Santa Fe), mientras se sucedían los ensayos de esta semana que concluye, en lo que será su tercera presentación en el Teatro Municipal de Santiago, luego de repetirse a la Lucrecia de Borgia, en la ópera del mismo título, y a la doña Anna de Don Giovanni, en los meses de mayo y octubre de 2012, respectivamente.
Han pasado dos temporadas de aquello. Y ahora, el desafío es otro y un poco más complejo, musicalmente hablando, por lo menos: la Elvira de Los puritanos (1835) del compositor nacido en el desaparecido Reino borbónico de las Dos Sicilias, Vincenzo Bellini (1801-1835). Una de las cumbres del bel canto italiano, afirma la frase hecha, y la última partitura que escribió este autor antes de fallecer prematuramente, al traspasar la treintena.
Por eso, es que los comentaristas referencian a esta obra, en los márgenes de la faceta melancólica del artista sureño, cuando quizás éste, misteriosamente, ya presentía en su ánimo la muerte que le sobrevendría. En efecto, se trata de una ópera donde el fraseo de los solistas es de una gran elegancia y la misma, exige capacidades vocales importantes de los cantantes, siendo particularmente ardua su interpretación, para las sopranos y los barítonos que la enfrentan.
“En un principio me encontraba reacia, dudosa, en pasar de mi repertorio verdiano, a la desmesura de Bellini”, explica Natalia Lemercier, a El Mostrador Cultura+Ciudad. “La Elvira demanda tiempos musicales que apelan a técnicas de gran oficio, y después de cantarla y actuarla, el cuerpo te pasa la cuenta. Pero aquí estoy, feliz en Santiago, ilusionada de que después de interpretar este papel, se me abran nuevas puertas y oportunidades en mi carrera, como sucedió luego de que hice la Reina de la Noche de La flauta mágica, con la Bayerische Kammeroper en Alemania, en 2007”, recuerda.
Bajo la dirección artística del italiano Emilio Sagi (cerebro del montaje de Carmen presentado en 2012 en el Teatro), caminando sobre la arena, y la dificultad física y dramática que significa esta característica de la atractiva puesta en escena que se desplegará desde este viernes en el Municipal, la soprano reconoce la prueba creativa que ha representado para ella adentrarse en la inestable alma de Elvira, la enamorada y apasionada hija de Gualterio.
“Es una personificación que requiere, a mi entender, de una emocionalidad exuberante. Con un primer acto muy duro, un segundo igual de intenso, y un tercero ya más tranquilo, con un aria final bellísima. Y esta es una mujer que desconoce la palabra no, romántica, como todas las de mi género, aunque lo neguemos, desequilibrada, cuyo padre la adora y le hace, extrañamente y como no acontece en otro libreto, caso en sus caprichos amorosos, al permitirle casarse con Arturo”, reflexiona Lemercier.
Admiradora de la griega-norteamericana María Callas, la cantante argentina, asume lo vital de la faceta actoral, en la interpretación dramática de una soprano. “Yo soy una actriz vocal, y persigo que la gente se crea mi personaje, aparte de la obligación que tengo de alcanzar y llegar a todas las notas que me sugiere la partitura. Busco que la gente se emocione, que disfrute de la ópera, como si se tratase de una película. Me entrego a mi público, y en ese gesto no me guardo nada. La felicidad, la desdicha, o la tragedia por la que esté pasando mi rol, tienen que sentirse, a través de mi comportamiento gestual, en todos los rincones de un teatro. Soy de la escuela de María Callas, y la fuerza de mi actuación, de mi mirada, de mis movimientos, debe verse hasta en la última butaca”, describe convencida.
Sensible y comprometida con su trabajo, Natalia Lemercier siempre hace paralelos entre su vida personal, y los papeles que actúa y canta en momentos determinados de su derrotero profesional. “Todas las canciones hablan de mí”, dice, y se ríe encantadoramente, luego de la confesión.
“Con esta Elvira he llorado a mares. Pues se trata de una mujer cruzada por el abandono. Y a pesar de que Bellini no profundiza demasiado ni en la psicología ni en la historia de sus creaciones, es tal la fuerza, la intensidad de esta joven, que tú te entregas y te dejas llevar por su tristeza, su dolor, el rechazo visceral e inexplicable del que es víctima en una instancia dada”, resume.
“Y mirá como son las cosas, prosigue, yo me acabo de divorciar de mi marido, y quise dejar en Italia ese sentimiento de pérdida, y acá deseo reinventarme, olvidar si es posible, y me llega este huracán de tragedia femenina…”, verbaliza como si se tratase de un monólogo interior.
Lemarcier, no obstante, es enfática en señalar que, pese a ese estado de abandono por el que pudiese pasar Elvira, el final de Los puritanos, sin ser ésta una comedia, es feliz, hasta dotado de cierta dosis de alegría y felicidad.
“Porque estamos en presencia de una mujer que siempre cobija la ilusión del amor, de la esperanza, de la redención, de una mujer que derrota y vence la precariedad, y a la sensación de pensarse sola y abandona. Lo que nunca deja, sin embargo, es su precariedad mental”, aclara.
Si bien la soprano realizó sus estudios en la natal Santa Fe y en Buenos Aires, los pasos esenciales de su carrera los efectuó en España e Italia. En este último país, es que residía hasta hace un tiempo, en la ciudad de Turín. Sus comienzos en el circuito lírico europeo no fueron para nada fáciles.
“Cuando llegué a Sevilla para perfeccionarme, tuve que trabajar de ñiñera para sostenerme, y en Torino lo mismo, donde las ejercí de camarera mientras asistía a mis clases de canto. Estaba sola, sin agentes, rastreando audiciones por Internet, costeándome los viajes y los hoteles, y aquí me tienes, entera y con el temple intacto. En el mundo de la ópera, en la mayoría de las ocasiones, no existe la meritocracia”, revela.
Un punto que marcó su despegue, ocurrió a mediados de la década pasada, meses intensos donde interpretó a la Condesa de Las bodas de Fígaro, en el Teatro Olímpico de Vicenza y realizó una gira con la compañía Ópera 2001, por toda España, cantando ese mismo rol. Después, abordó a Fiordiligi, en Così fan tutte, junto a la Ópera de la UBA; a la Reina de la Noche en La flauta mágica, con la Bayerische Kammeroper en Alemania y en el Operafestival de Florencia; a Musetta en La bohème y a Gilda en Rigoletto, ambas en el Teatro delle Erbe (Milán).
Posteriormente ha desempeñado los papeles de Adina en El elixir de amor, con la Opera Giocosa de Savona; a Corinna en El viaje a Reims, en el Teatro Municipal de Piacenza, idéntica caracterización en el Festival Rossini de Lugo y en el Teatro Verdi de Busseto, a Violetta de La traviata, otra vez en el Teatro delle Erbe de Milán, y asimismo en el Teatro Manzoni de Monza, el Alassio, el Festival de Verano de Varese de Ligure y en los elencos de la Operaclassica en Alemania.
En agosto de 2013 debutó, en el remozado Colón de Buenos Aires, bajo aplausos y aceptables críticas, con el personaje de la Condesa en Las bodas de Fígaro de Mozart, compositor que es uno de sus “caballos de batalla”, reconoce. Piensa grabar su primer disco como solista, durante los próximos meses en la capital argentina, adelanta.
Sobre su experiencia en el Municipal, consigna: “Me encanta venir a Chile, desde que gané una audición hace dos años, aquí me tratan con guante blanco y me hacen creer que soy como una princesa”, destaca Natalia Lemercier.
Las funciones de Los puritanos parten hoy, viernes 30 de mayo, y se extenderán hasta la jornada del miércoles 11 de junio.