Don Giovanni de Wolfgang Amadeus Mozart. Teatro Municipal de Santiago, Chile. Funciones entre el 25 de octubre y el 3 de noviembre. Intérpretes: Kostas Smoriginas / Patricio Sabaté (Don Giovanni), Sergej Artamonov / Ricardo Seguel (Leporello), Olga Mykytenko / Natalia Lemercier (Doña Ana), Serena Farnocchia / Marcela de Loa Holzapfel (Doña Elvira), Catalina Bertucci / Camila García (Zerlina), Emilio Pons / Iván Rodríguez (Don Octavio), Christian Peregrino / Pablo Jiménez (Masetto), Alexei Tikhomirov (Comendador). Orquesta Filarmónica de Santiago, dirigida por Rodolfo Fischer / José Luis Domínguez. Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornik.Director de escena: Pier Francesco Maestrini. Escenografía: Juan Guillermo Nova. Vestuario: Luca D’Allalpi. Iluminación: José Luis Fiorruccio.

Como cierre de su temporada lírica 2012, a fines de octubre el Teatro Municipal de Santiago programó una de las grandes obras maestras del repertorio universal, el Don Giovanni de Mozart. Pero este epílogo del exitosísimo y memorable ciclo de este año terminó transformándose en un nuevo capítulo de las particulares y a menudos cuestionadas puestas en escena que alteran la propuesta original de los autores de la pieza, cuyo más reciente episodio había sido el mes anterior, con el polémico montaje del Attila verdiano a cargo de Curro Carreres.

En esta ocasión se convocó al régisseur italiano Pier Francesco Maestrini, quien debutara en el Municipal de Santiago en 1999 con Carmen y regresara el año pasado con una excelente dirección de escena para Tosca. Para este Don Giovanni se inspiró en un ensayo del prestigioso escritor Alessandro Baricco, en el que se establecían analogías entre el célebre libertino y el no menos famoso conde Drácula. Maestrini ya había experimentado con esta idea de un Don Giovanni vampírico en una reciente producción en Italia, pero en esta ocasión quiso desarrollarla aún más, y la verdad es que en teoría al menos sonaba atractivo y provocaba curiosidad: claro, no es lo que la legendaria conjunción Mozart-Da Ponte creó originalmente, pero si estaba bien planteado en lo escénico, podía funcionar, especialmente considerando que la acción continuaba transcurriendo en el siglo XVII. Además, en un texto escrito especialmente para el programa de sala de la ópera, Maestrini explicó muy bien, con seguridad y respetuosamente, en qué consistiría su puesta en escena.

Lo malo es que al final, si tenemos que juzgar estrictamente por lo que vimos en escena, tal como la mayoría de los críticos y una importante parte del público, no queda sino expresar la desilusión ante el Don Giovanni más decepcionante, monótono y sombrío que nos ha tocado ver. Eso sí, hay que aclarar que la hermosa escenografía de Juan Guillermo Nova fue un positivo logro al conseguir que el espacio escénico se expandiera y creara espléndidas atmósferas, apoyado por el elegante y elaborado vestuario de Luca D’Allalpi, conformando en conjunto algunas escenas que en verdad parecían refinadas creaciones pictóricas. Lo malo es que fue muy poco lo que pudo verse, pues al tratarse de un relato en clave vampírica casi todas las escenas transcurren de noche o con la luz reducida a los mínimos, por lo que la iluminación de José Luis Fiorruccio hizo que se perdieran muchos detalles del montaje y no se percibieran bien las facciones y gestos de los intérpretes, haciendo innecesaria y fallidamente que la ópera se sintiera más oscura de lo necesario. Si a esto le sumamos que el humor tuvo escasa presencia en la puesta en escena, que la seducción y sensualidad estuvieron absolutamente ausentes (Don Giovanni sólo parecía interesado en chupar la sangre de sus víctimas más que de conquistarlas), y que todo el asunto de los vampiros finalmente no tenía mayor justificación en la régie y se prestó para diversas incongruencias o situaciones inexplicables, este Don Giovanni fue fallido desde distintos ángulos. Y por si no bastara con todo esto, la inmortal escena del “convidado de piedra”, uno de los grandes hitos de la historia del género lírico, no tuvo la estremecedora repercusión que siempre alcanza, ya que Maestrini decidió que en lugar de que Don Giovanni se enfrentara a la estatua del Comendador, este último no apareciera en escena y sólo cantara desde fuera, mientras el libertino se enfrentaba a un enorme espejo en el que un doble interpretaba a su reflejo. Y luego de que el burlador de Sevilla desaparece, en vez del segmento en el que los restantes seis personajes que siguen vivos cuentan qué harán ahora, un abrupto y poco elegante corte los hizo aparecer de inmediato cantando el sexteto final, con la moraleja que cierra la obra.

Quién sabe si algo influyeron las indicaciones de la régie, pero en lo musical las funciones del elenco internacional tampoco lograron volar demasiado alto. Incluso el siempre sólido e inspirado director chileno Rodolfo Fischer, cuya batuta -a pesar de sus cada vez más frecuentes éxitos en otros escenarios latinoamericanos- no estaba a cargo de una ópera en este teatro desde hace casi una década, no pudo brillar tanto como de costumbre, aunque su lectura fue correcta, si bien no pudo evitar ocasionales desajustes entre el foso y el escenario. Sus cantantes exhibieron en general buenos materiales, pero nadie rindió completa justicia al estilo de canto mozartiano, salvo la Doña Elvira de la soprano italiana Serena Farnocchia, de canto inspirado y bien proyectado y muy lograda en sus arranques dramáticos, además de la joven soprano chilena radicada en Alemania Catalina Bertucci fue una coqueta y encantadora Zerlina de adecuada y fresca vocalidad, mientras el argentino Christian Peregrino, a pesar de encarnar un rol de menor lucimiento que sus colegas, destacó especialmente como un simpático, creíble y bien cantado Masetto.

El lituano Kostas Smoriginas tiene una voz recia y potente, pero interpretando al protagonista le faltó sutileza y refinamiento, y sobre todo seducción; el bajo Sergej Artamonov (quien el año pasado fue el Rey en Aida en este mismo teatro) fue un Leporello más serio de lo necesario, de reducida simpatía, y además sonaba demasiado tosco y rudo, mientras la soprano Olga Mykytenko, quien fuera aquí una espléndida Liù en la Turandot de hace tres años, volvió a lucir una voz hermosa, pero en esta ocasión su enfoque del desgarro, la angustia y confusión de Doña Ana fue muy externo y superficial, y no logró convencer en la exigente aria “Or sai chi l’onore”. Por su parte, el tenor mexicano-alemán Emilio Pons posee las condiciones vocales y de estilo para ser un buen Don Octavio, pero sólo pudo estar más cómodo en su bella rendición de “Dalla sua pace” que en la desafiante “Il mio tesoro”. El año pasado el bajo Alexei Tikhomirov fue un gran Boris Godunov en el elenco estelar de las memorables funciones de la ópera de Mussorgsky, pero en esta oportunidad por las ideas del director de escena, a su Comendador lamentablemente se lo escuchó poco en su gran escena con Don Giovanni, ya que debió cantarlo desde fuera del escenario, por lo que fue poco lo que pudo hacer con su atractivo timbre y sonora voz, que acá se oyó distante y disminuida.

Mucho más convincente nos pareció el segundo reparto, en el llamado elenco estelar. Bajo una entusiasta e inspirada dirección de José Luis Domínguez, aunque se mantuvieron las indicaciones escénicas de Maestrini, los cantantes parecieron mejor afiatados en lo actoral y al menos mucho más adecuados a sus roles en estilo y material vocal, comenzando con los espléndidos desempeños de los barítonos Patricio Sabaté y Ricardo Seguel como Don Giovanni y Leporello, respectivamente; no es de extrañar, tratándose de dos de los mejores cantantes chilenos de la actualidad, pero además destacaron aún más por el contraste con sus colegas del otro elenco, en especial por el carisma y humor que Seguel aportó a su criado. También se lució la soprano argentina Natalia Lemercier, quien hace unos meses cantara en el mismo escenario una convincente Lucrezia Borgia, y ahora fue una intensa y sólida Doña Ana, cantando muy bien sus exigentes dos arias y cuyo timbre volvió a parecernos muy particular, en esta ocasión recordando la interpretación que de este personaje ha realizado Edita Gruberova. En cambio, a pesar de su nutrida experiencia internacional y anteriores buenas actuaciones en el Municipal, la soprano chilena Marcela de Loa Holzapfel fue una Doña Elvira de vocalidad opaca y poco cómoda en las agilidades. El tenor Iván Rodríguez mostró un canto noble y resolvió de manera acertada sus dos arias, mientras Marcela González fue una buena Zerlina de bella voz y grato canto, y Pablo Jiménez un aceptable Masetto. Tikhomirov repitió su Comendador, ya que lo cantó en ambos elencos.

DON GIOVANNI, de Wolfgang Amadeus Mozart. Teatro Municipal de Santiago (Chile), funciones entre el 25 de octubre y el 03 de noviembre. Intérpretes: Kostas Smoriginas / Patricio Sabaté (Don Giovanni), Sergej Artamonov / Ricardo Seguel (Leporello), Olga Mykytenko / Natalia Lemercier (Doña Ana), Serena Farnocchia / Marcela de Loa Holzapfel (Doña Elvira), Catalina Bertucci / Camila García (Zerlina), Emilio Pons / Iván Rodríguez (Don Octavio), Christian Peregrino / Pablo Jiménez (Masetto), Alexei Tikhomirov (Comendador). Orquesta Filarmónica de Santiago, dirigida por Rodolfo Fischer / José Luis Domínguez. Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornik. Director de escena: Pier Francesco Maestrini. Escenografía: Juan Guillermo Nova. Vestuario: Luca D’Allalpi. Iluminación: José Luis Fiorruccio.

Foto: Marcela Poch

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